Sin lugar a dudas, este libro se ha convertido en uno de esos que perduran en mi memoria lectora. Una historia llena de contradicciones. Áspera y tierna. Dura y dulce. Delicada y triste. Lóbrega y esperanzadora.
Es la historia de la ciudad de Glasgow en los 80 cuando la clase trabajadora sufría los hachazos de las políticas liberales de Margaret Thatcher. Agnes es madre monoparental y también es alcohólica. Se bebe las ayudas sociales que recibe, dejando a sus hijos con el estómago vacío muchas noches. Shuggie es un niño amanerado que intenta entender por qué los demás le hacen sentir diferente. El único lugar donde encuentra un cobijo seguro es en su casa. El mismo lugar donde su madre, a quien adora, se pudre día tras día ahogando sus penas.
La historia de Suggie Bain es una conmovedora historia de amor entre madre e hijo. Del lazo que une a dos personas que se sienten abandonadas y que sólo cuentan con su amor mutuo. Douglas Stuart nos abre la puerta de una de las familias y nos revela su tragedia. La historia de Agnes y Shuggie podría ser la historia de muchas otras familias que vivieron la misma miseria en el Reino Unido en los 80. O también podría ser la historia de cualquier mujer actual que tiene que cuidar de sus hijos sola y no tiene trabajo.
Una historia conmovedora que se repite constante y trágicamente en diferentes partes del mundo. Una madre con la que el lector conseguirá empatizar ya que, a pesar de sus negligencias y errores, el escritor nos la muestra con tremendo respeto y admiración.
A lo largo de la novela, se muestra cómo la sociedad juzga constantemente a Agnes por ser mujer y alcohólica, por ser madre y sufrir una adicción. Y en mi mente, no dejaban de asaltarme algunas preguntas: ¿Creéis que juzgamos de la misma manera a un hombre que sufre una adicción? ¿Tenemos los mismos prejuicios cuando la madre es adicta que cuando lo es el padre? ¿Hasta dónde llegan los estereotipos de género?
