Una novela sobre amistad femenina donde dos niñas viven un verano en el que no hay cabida para la inocencia o la pureza. Una novela repleta de feminidad y a su vez, rebosante de salvajismo. Bruta, brava y sin pelos en la lengua.
Mucho se ha dicho ya del éxito de esta novela. Trataré de no repetirme. Solo me gustaría compartir lo que más me ha gustado. La transgresión a la norma sintáctica pero también a la social, la ajustada representación de la oralidad canaria, la sensación de asfixia que se siente a lo largo de la historia, las nubes aplastando a las protagonistas, sus obsesiones por lo escatológico, su descubrimiento de la sexualidad… Aunque si tuviera que elegir de entre todas las cosas bien hechas en esta novela, yo me quedo con el personaje de Isora.
Y, es que…. Isora es mucha Isora. Es esa amiga a la que siempre has admirado, echada para adelante, sin vergüenzas, decidida a no dejarse apabullar por los golpes que le da la vida. Anda siempre pellizcándose las bragas en un intento por liberarlas de la raja del culo. Es atrevida, salvaje y sucia, pero a la vez inteligente, magnética y libre.
“isora tenía los ojos verdes como un verdino verde como una mosca en agosto sobre el bocadillo de salpicón de atún en la playa de teno como una botella de vino vaciada la abuela de isora se enfadaba y le decía te vacio por dentro te vacio hoy bebo sangre tuya cachoputa isora tenía las tetas redondas y se le reventaron como la tierra cuando escupe una flor que primero pequeña luego grande la tierra de su pecho seca luego estrías la teta no le cabía en la piel y lloraba isora tenía pelos en el pepe y a veces se los afeita todos hasta el güeco del culo y le picaba el culo irsora tenía un pelo negro tieso tupido como el cespe de mentira de las casas rurales en el pepe el pedo de isora olía a molino de gofio a almendras tostadas a pan bizcochado ver a isora llegar me hacía sentir tranquila como cuando escuchaba el potaje hirviendo a las doce y media”