Hace unos meses leí en el Babelia una entrevista a la novelista Elif Shafak a propósito de la publicación de su nuevo libro La isla del árbol perdido (Lumen, 2022). Me fascinó bastante la interpretación de esta escritora turca exiliada que hablaba sobre el conflicto chipriota, la recuperación de la memoria y la sabiduría de la naturaleza, desde una mirada ecofeminista. Ese mismo sábado, me fui a la librería directamente.
En Chipre, tras la descolonización británica, la religión consiguió trazar fronteras. A mediados de los años 70, tanto turcos como griegos reclamaban el territorio como propio, lo que dio lugar a una guerra civil. En esta isla partida en dos germina una romántica historia de amor entre un griego y una turca. El amor imposible de Costas y Dephne resuena al bello mito del enamorzadizo Apolo y la esquiva Dafne, quienes también quedaron condenados por un arrebato de cólera de Eros, el dios del amor en la mitología griega.
Con este telón de fondo, en un constante viaje de ida y vuelta entre Inglaterra y Chipre, entre el presente y el pasado; la novela reflexiona sobre la problemáticas asociadas a una guerra civil y sus consecuentes migraciones. El dolor por la pérdida, el sentimiento de desarraigo, el peso de la memoria, el trauma silenciado o la pérdida de la identidad. Con una asombrosa sensatez, Shafak cuestiona la posibilidad de que exista un dolor transgeneracional en aquellas familias que han sufrido una problemática de estas características. ¿Acaso el dolor de quien migra puede ser heredado por las generaciones venideras?

Todas estas reflexiones están maravillosamente bien enzarzadas en la historia gracias a la insólita voz narrativa que las propone: una higuera. Nunca había leído una historia escrita así. Confieso que al principio recelé un poco de esta narradora tan osada (temía de que la novela careciera de rigor o verosimilitud). Al progresar con la lectura, me sorprendió gratamente la elección de la autora. Creo que es una elección clave para conseguir la mirada objetiva que requiere la historia. El pasado no es estático y se moldea según los ojos de quien lo cuenta. Inevitablemente, sólo podemos conocer la versión de aquéllos que terminaron contando la historia, sin poder comprender qué vivieron las minorías silenciadas, las víctimas que no sobrevivieron. Escribiendo tras la pluma de un árbol, la autora consigue una voz imparcial mucho más sabia que la del humano. Los árboles han sido testigos de la historia de la humanidad. Silenciosos estaban allí presentes antes del conflicto, durante el conflicto e incluso después y, por tanto, guardan una interpretación de lo ocurrido mucho más objetiva y sistémica.
Sin embargo, al valerse de la higuera como narradora, la autora no sólo consigue un testimonio ecuánime de los traumas de una guerra civil sino que también le sirve para desarrollar un discurso ecológico necesario y urgente. Nos recuerda que no vivimos solos en este planeta, sino que formamos parte de un engranaje mucho mayor y, que por tanto, es urgente que recobremos la humildad (si es que algún día dispusimos de ella) y dejemos de sentirnos superiores en un ecosistema que no nos pertenece, que – al igual que las víctimas de una guerra- está sufriendo en silencio.

Elif Shafk conecta de forma extraordinaria los árboles con la memoria. Sus raíces con las nuestras. Nos habla de la necesidad de desenterrar el pasado para saber quién somos, de conocer nuestras raíces, entender de dónde venimos y por qué hemos llegado donde estamos. No podemos hacer la vista gorda a nuestras tragedias, pesan demasiado. Necesitamos excavar en el pasado, recordarlas, entenderlas y aprender de ellas. Sólo así podremos dignificar a las voces silenciadas de las víctimas y poder finalmente sanar y dejar de cargar con sus penas.