Americanah

Leí por primera vez a Chimamanda Ngozi Adichie hace ya un tiempo, durante el eterno confinamiento, antes incluso de comenzar con mi blog literario. Me acerqué a esta gran autora con Americanah (4th Estate, 2013; Literatura Random House, 2014) y con todo el tiempo del mundo por delante, me quedé a su lado leyendo todas las novelas a las que conseguí acceder desde la clausura. Entonces, no podía parar. La devoré. Ahora, es una autora que no puede faltar en mi blog. Así que os invito a leer mi primera reseña de una autora que seguiré recomendando. 

Nigeria, años 90. Ifemelu y Obinze se conocen en la universidad de Nsukka y se enamoran fervientemente. Sin embargo, ante la inestabilidad política que se cierne sobre Nigeria, ambos saben que deben buscar un futuro próspero en otro país. Como muchos otros compatriotas, deciden partir en su búsqueda del sueño americano. Sin embargo, Obinze vive una odisea burocrática que sólo le permitirá llegar a Londres, mientras que Ifemelu sí consigue un visado para continuar sus estudios en Estados Unidos. De la mano de Ifemelu, una mujer decidida e inteligente, conoceremos no sólo  los problemas que se derivan de cualquier proceso migratorio- como son el acceso al trabajo, el choque cultural, la añoranza, la falta de sentido de pertenencia o la inclusión social-, sino que también aprenderemos sobre un problema intrínseco de la sociedad americana: el racismo sistémico.  “Yo vengo de un país donde la raza no era motivo de conflicto; no pensaba en mí como negra, y me convertí en negra precisamente cuando llegué a Estados Unidos”, afirma Ifemelu.  Un lastre con el que no contaba y que le sirve de inspiración para crear un exitoso blog en el que vuelca sus críticas reflexiones sobre la migración, el racismo y el patriarcado. 

“La primera vez que ella le permitió quitarle el sujetador, tumbada de espaldas, gimió suavemente, sus dedos extendidos en la cabeza de él, y después dijo: “Tenía los ojos abiertos pero no veía el techo. Eso nunca me había pasado. “ Otras habrían fingido que nunca se habían dejado tocar por otros chicos, pero ella no, ella jamás. La caracterizaba una sinceridad intensa. Empezó a llamar “techo” a los que hacían juntos, sus cálidos enmarañamientos en la cama de él cuando su madre no estaba, en ropa interior, tocándose y chupándose, moviendo las caderas en simulación. “Me muero de ganas de techo”, escribió ella una vez en la tapa trasera del cuaderno de geografía de Obinze, y a partir de ese momento, durante mucho tiempo, él no pudo mirar ese cuaderno sin un creciente estremecimiento, una sensación de excitación secreta. En la universidad, cuando por fin dejaron de simular, ella empezó a llamarlo “Techo” a él, en broma, con tono insinuante, pero cuando reñían o a ella se le torcía el humor, lo llamaba Obinze”

Junto a las entradas del blog, las historias de Obinze e Ifemelu se intercalan en la cronología de un amor lleno de infortunios que se extiende a lo largo de tres continentes, durante tres décadas y que sirve a la autora para mostrarnos detalladamente dos sociedades que ella  conoce bien. Por un lado, nos muestra la Nigeria urbana actual y por otro, los  Estados Unidos vistos desde la perspectiva de quien sufre la contínua discriminación por ser migrante, mujer y negra. Chimamanda se afana por mostrarnos la falta de sentido de pertenencia que se sufre cuando decides embarcar tu vida en un viaje migratorio y luego decides volver. La autora nos presenta con una desenvoltura y frescura, situaciones en las que se pone de manifiesto esta angustia derivada de la ausencia del sentido de pertenencia. Ante la presión social discriminatoria, los personajes se avergüenzan de sus rasgos identitarios, renunciando a su acento, alisandose el pelo o modificando su escala de valores. Y con ese amargor de quien vive discriminada, Ifemelu usará su pelo afro como icono de rebelión. Los insuperables rizos afros (que las mujeres negras han intentado disuadir con miles de productos cosméticos abrasivos) son liberados finalmente por Ifemelu, alzándolos al viento como estandarte identitario africano en el que se reafirma.

“En Estados Unidos existe el racismo pero han desaparecido todos los racistas. Los racistas son cosas del pasado. Los racistas son los blancos malévolos de labios finos que salen en las películas sobre los tiempos de los derechos civiles. He aquí la cuestión: la manifestación del racismo ha cambiado, pero el lenguaje no. Por consiguiente, si no has linchado a alguien, no se te puede tachar de racista. Si no eres un monstruo chupador de sangre, no se te puede tachar de racista. Alguien debe poder decir que los racistas no son monstruos. Son personas con familias que los quieren, gente corriente que paga impuestos. Alguien tiene que encargarse de decidir quién es racista y quién no. O tal vez simplemente ha llegado el momento de descartar la palabra “racista”. Buscar algo nuevo. Como Síndrome del Trastorno Racial. Y podrían definirse distintas categorías para quienes padecen ese síndrome: leve, mediano, agudo.” 

Como contrapunto, destacaría que el ritmo en algún pasaje de la novela puede desfallecer un poco y creo que le sobran algunas páginas. Con todo, es una novela que no te deja indiferente. La autora muestra una capacidad innata para crear personajes veraces, llenos de sinceridad y para mostrar las incoherencias y complejidades del mundo en que vivimos con mucha soltura. Asimismo, Americanah es una lectura que cuestiona tu perspectiva y te ayuda, sin lugar a dudas, a empatizar con aquellas personas que han vivido un proceso migratorio. 

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