En la narrativa de Eva Baltasar (Barcelona, 1978), la poesía impregna su mirada. No es de extrañar que su obra se haya convertido en un reclamo en la actualidad ya que tras la publicación de una trilogía ha conseguido enfocar la feminidad y lo femenino desde un nuevo ángulo.
«El sexo me aleja de la muerte. Aun así, no me acerca a la vida. Entonces ¿Qué? ¿Para qué? Tras pensarlo unos minutos he llegado a la conclusión de que el sexo me mantiene presente y a salvo en un espacio inconsistente, pero reconfortante.»
Permagel (Club Editor, 2018) en castellano se tradujo como Permafrost (Literatura Random House, 2018) y es la primera novela de un tríptico literario breve que, junto con Boulder (2020) y Mamut (2022) reflexionan desde la introspección de tres mujeres contemporáneas. En este caso, el título hace referencia a la capa de hielo que permanece congelado en la superficie del suelo en las zonas frías del planeta. En la novela, remite a una fina capa que recubre a la protagonista en una especie de membrana protectora.
La protagonista de esta breve pero intensa novela combina reflexiones, divagaciones y narraciones fragmentadas donde se abre y muestra su desconexión con la sociedad. En un ejercicio introspectivo nos confiesa sus pulsiones, miedos e insatisfacciones. Descubriremos a una lesbiana que, incapacitada al compromiso, vive la vida de puntillas, en una definitiva provisionalidad. El sexo y la literatura consiguen evadirla del aborrecimiento mundano. El placer carnal y el intelectual funcionan como un refugio. Su escudo, el permafrost. Aunque a veces se resquebraja ante una madre controladora, una hermana hipócrita que edulcora sus problemas y una depresión crónica que es un tabú familiar y social.
«Evidentemente no salío de dudas, no quería engañar a su «futuro marido», decía. Así que se casó con él, sin percatarse de que había hecho una cosa mucho peor, eso tan literario que es convertir tu propia vida en una gran mentira. Es curioso como a veces los crímenes más abominables son los más fáciles de cometer. Después de la bodo se fue a vivir a una zona residencial, unos bajos con jardín comunitario y vecinos estables y contenidos como actores secundarios.»
Baltasar crea a una protagonista hipersensible pero también decidida. Si bien es cierto que arrastra una insatisfacción al tener pulsiones alejadas de lo que durante generaciones se ha esperado (y todavía se espera) de una mujer; ella se resiste a cumplir las expectativas que la sociedad tiene en las mujeres. Expectativas construidas por un sistema capitalista y patriarcal que puede volcar en las mujeres sentimientos de fracaso, decepción y soledad. En un estilo lírico repleto de evocadoras y contundentes metáforas, con toques de sarcasmo, Baltasar nos descubre a esta mujer actual que vive en los bordes de la vida y nos habla de su cuerpo, sus deseos y su verdad.
Si habéis leído La Campana de Cristal os recordará en algunos aspectos a este clásico ya que también habla sobre la vida de una joven intelectual con pensamientos suicidas. Y, aunque en ambas novelas las metáforas representan lúcidamente el desasosiego o la desconexión con el exterior, el lenguaje de Baltasar es singular y su visión de lo femenino también; pues describe con acierto qué significa ser mujer en los márgenes de la sociedad actual.

