
Aunque la obra de Shirley Jackson (San Francisco, 1916 – Bennington, 1965) se leyó en su país, fue una autora poco valorada en vida y no traspasó fronteras. Vivió a la sombra de un crítico literario, ejerciendo de ama de casa durante el día y escribiendo incansablemente por la noche, una vez acabadas las anodinas tareas que comportan llevar una casa y cuidar de cuatro hijos. Actualmente, es considerada como una de las maestras de la literatura gótica y se sabe que ejerció una gran influencia en autores tan relevantes como Stephen King. Siempre hemos vivido en el castillo fue su última novela, escrita tres años antes de su muerte. Una muerte que llegó temprana, pues murió a los cuarenta nueve años, tras abusar del alcohol, el tabaco y las pastillas, desarrollar agorafobia, sufrir obesidad mórbida y soportar una relación de pareja oscura y desleal.
Mary Katherine Blackwood vive en una desvencijada casa solariega, junto con su hermana Constance. El resto de su familia ha muerto. Merricat— para la familia— tiene dieciocho años y le habría encantado ser una mujer lobo. Siente devoción por su hermana y le fascina la Amanita phalloides, la seta más mortífera para los humanos. Desde las primeras líneas, después de esta confusa descripción; lxs lectorxs permanecerán alerta con los ojos siempre abiertos y escépticos, pues no les quedará más opción que leer el testimonio de la excéntrica Merricat sobre la trágica historia de los Blackwood.
Merricat nos contará su versión dando saltos en el tiempo. Una gran familia conservadora, feliz y pudiente acaba viviendo una espeluznante escena trágica en la que todos los miembros de la familia mueren al beber el té con azúcar envenenado. Los únicos supervivientes del suceso son Constance, que no toma azúcar; Merricat, que como de costumbre estaba castigada sin cenar; y el tío Julian; quien no tomó el suficiente azúcar como para caer muerto en el salón, pero sí para quedarse malherido de por vida. Durante seis años, los tres viven aislados en la gran casa. Viven una vida rutinaria y bajo un intrigante orden preestablecido que llega a lo maniático. Desde la tragedia, el estigma ha caído sobre ellos y, excepto alguna vecina, los lugareños les dan la espalda.

Jackson consigue mantener el misterio dentro de la supuesta sosegada vida familiar de los Blackwood, en el que lxs lectorxs habrán de mantenerse activos en un intento constante por descubrir qué les ocurrió verdaderamente. Mientras lee, el lector cavila, elucubra y cambia de opinión periódicamente sobre el secreto de la tragedia. Un secreto bien custodiado por las dos hermanas. En cierta medida, parte del terror en el que nos sumergimos en esta historia viene dado por la enigmática relación de las hermanas. De hecho, una de las destrezas de la escritora es la capacidad de construir personajes enigmáticos, cuyas insanas relaciones hacer emerger un terror que va calando poco a poco en el lector.
Constance, presunta asesina familiar (fue ella la que preparó la cena y a la que encontraron lavando el bote del azúcar) cuida del inválido tío Julian y de Merricat. Ella se encarga de las tareas domésticas, mientras que la infantil Merricat tiene ciertas restricciones, como entrar en la habitación del tío Julián, servir el té, ayudar a preparar la comida o manejar los cuchillos. Sin embargo, ella es la única que puede salir de la casa e ir al pueblo a buscar libros y comida, cosa que le provoca un pánico atroz, por lo que se inventa un juego para hacer el terrorífico recorrido más llevadero. El resto del tiempo lo pasa con su gato Jonás, fantaseando con un caballo alado, haciendo extraños rituales y leyendo cuentos de hadas. Por si fuera poco, Merricat siente un extraño vínculo hacia su hermana, a la que considera la más importante de su mundo y solo se siente feliz cuando está a solas con ella. La hermana malcría a Merricat, en un intento por encubrir el miedo que le provoca su hermana y que se le escurre por su risa tensa cada vez que se dirige a ella como “tontina”. Por otro lado, el tío Julián vive envuelto en unos papeles rememorando incesantemente el último día de la familia Blackwood. Un buen día, el primo Charles llega amenazante a hacerles una visita. El pacífico y estrambótico orden familiar se trastoca, lo que conlleva a una segunda tragedia.
En esta novela, encontramos a unos personajes antagónicos. Constance, aprisionada en la casa, se encuentra encerrada entre dos personajes que no se relacionan entre sí. Ella simboliza la vida, planta flores y verduras, le gusta el sol, la claridad, los cuidados y la limpieza. Por otro lado, Merricat se sitúa más próxima a la muerte. A saber, entierra objetos y fantasea con setas mortíferas. A mi modo de ver, son unos personajes terroríficamente humanos. Dos hermanas cuyo tóxico vínculo se basa, al final, en el secreto del envenenamiento y en una extraña atracción en la que Constance vive subyugada a las necesidades de Merricat.
Un cuento de hadas horrible que, supongo que, mientras se estuvo gestando en la mente de la Jackson proyectó algo de luz en la vida familiar que la oprimía. Una vida doméstica, terrorífica de lo insípida y oscura que debía ser para una mujer con semejante talento literario.
